Andrés es un profesor de música malagueño al que mandan a hacer una sustitución en un instituto de Orduña (sin tener perfil de euskera ni nada, lo que nos permite catalogar esta película como de ciencia-ficción), con tan mala suerte de que el primer día de trabajo descubre que tiene un cáncer de oído (peor habría sido, eso sí, descubrirlo justo antes, cuando estaba en paro), y le dicen que tiene que ir a hacerse el tratamiento al hospital de Basurto.
Ahí conoce el bus de la vida, un autobús que organiza la gente del pueblo, que se encarga de llevar a los pacientes oncológicos de Orduña a Bilbao y traerlos, y entre ellos se forma una bonita comunidad, con lazos de amistad, o de algo más entre algunos.
Paralelamente tenemos que Andrés es en secreto compositor, y es quien le hace las canciones a una conocida estrella del pop, quien le anima en todo momento a sacar su propio disco, por lo que Andrés tendrá que compaginar su pasión musical con sus sentimientos hacia sus compañeros de autobús y la relación que se va forjando con ellos.
Una película bonita y con un posible tinte autobiográfico para Rovira, con un mensaje vital y un final buenrollero. No faltan sus momentos tristes, pero en absoluto se regodea en ellos, ya que quiere ser un drama, pero no un dramón.
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