El vuelo fue rápido e indoloro.
Se supone que cuando uno vuelve de viaje es cuando aprovecha para contar las anécdotas del viaje. Pero cuando uno se lleva el ordenador y dispone de un blog y acceso a Wifi, el trabajo se va adelantando bastante. Sin embargo, ya que dediqué una entrada a decir que me iba, pues qué menos que dedicar otra a la vuelta.
Poco hay, eso sí, que contar. Por suerte el vuelo no nos obligaba a madrugar demasiado (y menos mal, porque esta noche el bullicio nocturno y una prolongada alarma de no sé qué me ha impedido pegar ojo), por lo que a las 10, después de desayunar tranquilamente, hemos ido al autobús, donde el nada amable autobusero nos informaba de que no podíamos pagar con billetes, solo monedas (por suerte las teníamos), y después de dar un garbeo por media Irlanda, hemos acabado en el aeropuerto, aunque con tiempo de sobra.
Un poco de deambular por ahí hasta la hora de embarcar, y media hora parados en el avión antes de despegar. Ahora bien, el trayecto en vuelo ha sido más rápido de lo esperado y a la hora prevista ya estábamos en Bilbao.
Dublín, un destino agradable para ver, y más si se tiene la suerte que hemos tenido (del irlandés, claro) de que no haya llovido casi nada en estos cuatro días.
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