La plaga de langostas.
Un día de cuidar la línea (curva) y otro de no cuidarla en absoluto. Pecado y penitencia, atracón y ejercicio. Lo que se dice equilibrio.
Del viernes se puede deducir que fui al cine (ayer comentaba la película) y de ayer lo más señalado era la Moskocomida, la comida de la comparsa Moskotarrak para los que hacemos turno de barra, que se celebró en el bufet sidrería de Loiu, y donde se puede uno suponer, comimos hasta perder el sentido (¡cómo estaba el chorizo a la sidra!).
De ahí a tomar unos cacharros a un local concertado en Mazarredo y sobre las 20:00 me dirigí al Guggenheim. No para ver el museo, sino porque tenía que hacer de gancho en la despedida de soltera de una amiga (aunque al final fuera en Ledesma). De ahí a la lonja, saltándome la cena (seguía empachado) y tras algo de charleta, a casa a las 12.
Lo de ir pronto a casa era parte por el cansancio, parte por el plan del domingo: subida al Pagasarri.
Coronando la cima.
De alguna forma había que quemar los excesos del día anterior, y nada mejor que una subidita al monte, en la que mis pulmones luchan por su vida al subir y mis gemelos luchan por su vida al bajar. Entre medias, un rico bocadillo, que sabe a gloria y unas partidas de cartas al Crónicas, mientras recuperamos el resuello y se seca el sudor de la camiseta.
Por la tarde, tras la ducha, un paseo que tiene más de reptar que de pasear y pronto a casa, a ver la tele en el sofá (Parks&Recreation).
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