La apuesta estrella del E3, un tanto decepcionante.
Parece que fue ayer cuando después de varios intentos me hice con la ansiada cartulina rosa que me habilitaba para manejar vehículos de motor. Pero no, de eso han pasado ya 20 años.
20, que se dice fácil, y 10 años ya desde que lo renové la última vez. Eso significaba una cosa: se me había caducado y tenía que renovar, que aunque no lo use nunca (en todo lo que llevamos de 2017 no he tocado un volante) nunca se sabe cuándo puede hacer falta.
Por suerte el proceso es sencillo. Sin cita previa se presenta uno en el centro de reconocimientos médicos, donde además del ídem se encargan de todo el papeleo.
El reconocimiento no tiene mucho misterio: detectar pitidos, comprobar la vista y las pruebas psicotécnicas. La de manejar los dos volantes a la vez, la de frenar a tiempo y la de pulsar los botones adecuados al ver la señal. Por suerte, la experiencia que no tengo en conducir la tengo con los videojuegos, lo que me permite solventar holgadamente dichas pruebas.
La parte buena, como comentaba, que es rápido y sencillo. La mala, que soy 73,85 euros más pobre que ayer. Duele.
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