Llevando la paz y la democracia al salón de casa.
Lo primero que hace uno cuando se compra una casa es... destrozarla. Para crear hay que destruir, y en este caso para remodelar hay que cargarse algunas cosas. Concretamente el armario del salón, cuyo tratamiento empezó el sábado con una ración de martilloterapia, y que ayer tenía que bajar a la calle, pero por piezas.
¿Armario? ¿Qué armario?
Tras un rato de ir bajando tablas y maderas, los restos del armario ya estaban en la calle, a disposición del Ayuntamiento (que nadie me mire mal, avisé al servicio de recogida de muebles) para su retirada.
Ahí había una moqueta.
La otra gran víctima de la productiva purga de ayer fue la moqueta, más fácil de quitar de lo que pensaba. Mi idea en un principio era contratar a algún profesional y que se hiciera cargo de ella, para lo que retiré un cacho de la misma, a fin de hacer una foto de lo que había debajo y dar mejores referencias. Pero para mi sorpresa, la moqueta salía prácticamente sola, de modo que en menos de 20 minutos ya había retirado la del dormitorio y luego con ayuda de mi padre quitamos la del pasillo con bastante facilidad. Ahora me queda la parte de ir quitando una a una las grapas que la unían al suelo, pero eso ya es otro cantar.
Y la moqueta del salón, claro, que ahora que no está el armario mostrenco podré hacer sin problema.
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