La macrotarjeta de regalo. Así da gusto.
Hoy he salido algo antes del trabajo, y la razón es que tenía que ir a mi antiguo trabajo, donde mis hasta el lunes compañeros me habían preparado una despedida, pues el lunes fue todo un poco atropellado.
Me han recibido con besos y abrazos que me hacían sentir muy especial, con un delicioso lunch de los que solemos hacer cuando alguien se va (pero esta vez no era yo el encargado de hacer la convocatoria por e-mail), al que se ha acercado incluso gente que no suele dejarse caer por este tipo de saraos, lo que me ha hecho muchísima ilusión.
Pero por si eso fuera poco, de despedida me han regalado la tarjeta firmada, más un par de simpáticas camisetas frikis (cómo me conocen) y nada menos que una camiseta personalizada del Bilbao Basket, pues también conocen mi afición por el deporte de la canasta. Todavía no sé cómo he conseguido no llorar, de verdad.
Pero por si eso fuera poco, de despedida me han regalado la tarjeta firmada, más un par de simpáticas camisetas frikis (cómo me conocen) y nada menos que una camiseta personalizada del Bilbao Basket, pues también conocen mi afición por el deporte de la canasta. Todavía no sé cómo he conseguido no llorar, de verdad.
¿Y qué decir cuando toda palabra positiva se queda corta?
Creo que uno de los mayores logros a lo que puede aspirar alguien en su trabajo es a sentirse realmente querido y añorado por sus compañeros cuando después de varios años se va a otro sitio. Cuando entré a trabajar en Zabalburu hace 11 años tenía dos objetivos en mente: sacar la plaza y tener una despedida como la que he tenido cuando llegara mi último día ahí.
Hoy puedo decir con orgullo que he cumplido ambos objetivos.
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