Un moderno Barbazul.
Joe Goldberg es el gerente de una tienda de libros antiguos que podría ser el chico perfecto, pues es guapo, simpático, ineligente, atento, divertido, romántico, rico... pero tiene un pequeño defecto, y es que bajo esa fachada de niño bueno que nunca ha roto un plato, se esconde un perturbado obsesivo y un psicópata.
Pues esto va de que Joe se enamora de Guinevere Beck, una aspirante a escritora, cliente de su tienda, y como el concepto que tiene Joe de romanticismo es ligeramente distinto al que pueda tener una persona emocionalmente sana, se dedica a seguir a rajatabla el manual del buen chalado, por lo que se dedica a acosarla, vigilarla, robarle el móvil, alejarla de sus seres queridos, matar a su follamigo... todo por amor. Y como es guapo, pues ella acaba cayendo, y no entraré en spoilers, pero la relación que sale de ahí alcanza los niveles de toxicidad de un retrete de Chernobyl recién usado. Todo bastante perturbador.
La serie en sí, la verdad es que en el fondo es bastante tontorrona y peca demasiado de tener un protagonista ultramegainteligente y con la flor en el culo que hace que siempre sus planes perfectamente medidos salgan siempre a la perfección. Está contada desde la perspectiva del protagonista, cuyo monólogo interior no deja de hacer de él un Dexter del Mercadona, pero a veces consigue escenas graciosas, y algo que ayuda a hacer que conectemos con el personaje es que la mayoría de los personajes secundarios que aparecen, productos de esa Nueva York tan fashion y artificial de viajar en Uber y subir todo a Instagram, sean tan hostiables que hacen que al cambio un maníaco homicida no nos caiga tan mal. Eso sí, todos chicos y chicas, guapísimos y divinos siempre de la muerte.
Hay una segunda temporada en la que por cuestiones argumentales la acción se traslada a Los Angeles, donde más de lo mismo; personajes pijísimos y hostiables, donde nos seguirán ahondando en los traumas de Joe, pues ni un solo psicópata sin su trauma infantil.
Aunque evidentemente de comedia tiene poco (algún momento simpático sí que tiene cuando las maniobras maquiavélicas del protagonista le meten en problemas propios de comedia de enredo), es mejor tomarla como una serie de entretenimiento ligero, o se corre el riesgo de acabarle gritando a la tele. En mi caso, me la tomé como "esa serie que veía en el gimnasio mientras hacía cardio", porque si me la hubiera tomado en serio, no habría pasado del segundo capítulo.
Ahora a esperar a la tercera temporada, para seguirla viendo y poder echar pestes con propiedad.
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