Este es el resultado.
Ayer fue tarde de cocinillas, ya que hoy me tocaba llevar algo de repostería para el rato del desayuno, y me dio por poner en práctica una receta de tarta de queso que me habían pasado (bien sencilla; 6 huevos, dos tarrinas de queso fresco, un bote grande de leche condensada, una hora de horno a 180º y mermelada).
La masa ya está en el molde.
Pero los comienzos no fueron muy buenos, ya que hice la masa, la metí en el horno, y al sacarlo tenía dos problemas: uno, que los bordes se habían requemado, y dos, que al sacarlo del molde demasiado pronto, quedaba una plasta que vagamente recordaba a una tarta. La puse sobre un plato y le afeité los bordes quemados. Después le eché mermelada de mandarina (artesana, por cierto) por encima, pero el resultado visual no mejoraba demasiado.
Y dado que quería llevar algo que fuera más o menos atractivo a la vista, y que además me había sobrado un poco de masa, cogí otro recipiente y horneé una nueva tarta.
Esto ya era otra cosa.
Una tarta mucho más bonita, pero de un tamaño muy pequeño, y que no iba a tocar a casi nada. Así que solución salomónica, me llevé las dos (la de mandarina y esta que recubrí con mermelada de frambuesa) y si sobra, que sobre.
La verdad es que no ha sobrado nada de la de mandarina, y ha tenido bastante éxito, pese a que yo me temía que iba a resultar demasiado empalagosa. Pero con una noche de nevera ha adquirido una textura perfecta y un sabor muy suave.
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