Vuelve a su sitio.
Por mi cumpleaños, allá por abril, mi señor padre tuvo a bien regalarme una de estas pulseras que miden los pasos, y aunque al principio no me terminaba de convencer, la verdad es que me he acabado acostumbrando, y tiene su lado práctico. Lo bueno que tienen estos cacharros es que consiguen el efecto pique, y cuando ves que no llegas al objetivo autoimpuesto (en mi caso 10.000 pasos diarios), o que estás cerca de batir una marca, pues al final acabas andando más solo por "trampear" la estadística. Así, no será el primer día que en vez de volver directo a casa he ido dando un rodeo absurdo solo para engordar el número de pasos.
Pues el susto me lo dio el martes, recién llegado a casa de las Umbras cuando miro mi muñeca izquierda y contemplo en su desnudez que la pulsera no estaba. Reviso el equipaje, miro los bolsillos, y nada. Llamo al amigo con el que había venido en coche, pero nada.
Sabía que se había extraviado en Bilbao, pues recordaba haberla mirado en el coche. Pero si se me había caído en la calle, las probabilidades de encontrarla eran bajas. Sin embargo, con la esperanza de que así fuera, salí a la calle a reproducir el recorrido que me había traído del coche a casa. Y nada. Tocaba asumir que la pulsera se había perdido.
Pero a veces el destino nos ofrece segundas oportunidades, y cuando volví a casa más tarde, vi que encima de los buzones alguien había dejado mi pulsera. Seguramente se me caería en el portal, algún vecino la vería y gracias a ello la pude recuperar.
Lo que nunca podré recuperar es el recuento de pasos perdidos en pos de la pulsera, que se perderán en la noche de la estadística que nadie recogió.
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