Lo han vuelto a hacer.
Pixar, que últimamente había tenido algún patinazo, vuelve con fuerza y nos trae esta auténtica maravilla que se coloca directamente en la primera división del estudio, con una historia entretenida, con humor, acción y música, y sobre todo muy, muy emotiva. Yo aviso, que nadie se vaya al cine sin pañuelos y que se hidrate bien antes de la película, que hay escenas en las que puede escaparse alguna que otra lagrimilla. Creo que desde Toy Story 3 no me tocaba tanto la patata una película.
Nos cuenta la historia de Miguel, un niño que pese a la oposición de su familia quiere ser músico, y por una serie de acontecimientos que suceden el día de los muertos, acaba metido de patas en el mundo del más allá, teniendo que enfrentarse a una serie de dificultades para volver, entre las que están el verdadero sentido de la familia y la importancia de recordar a los que ya no están. Por el camino se encontrará con toda una serie de pintorescos e inolvidables personajes secundarios y tendrá que enfrentarse a un villano de lo más despreciable (cuya batalla final es sencillamente maravillosa).
Para la distribución de esta película en España se optó por conservar el doblaje latino, lo que es a todas luces un acierto, pues ayuda mucho a meterse en la historia y consigue que quede todo mucho más natural, siendo además una película llena de referencias culturales mexicanas, muchas de las que por aquí no terminamos de pillar, pero algunas sí, y son geniales (¡a ver si veis a Cantinflas!).
Lo peor de la película, y con diferencia, no es de la película, sino que es de corto de la precede, "La aventura congelada de Olaf". Un infumable corto de 21 minutos en lo que parece ser un intento sin chispa de hacer Frozen 2 (o Frozen 1.5), y que salvo dos o tres momentos simpáticos no aporta absolutamente nada, y consigue hacer bueno el corto de los volcanes. Solo estás deseando que se termine para que empiece Coco. Pero la delicia de película que viene después hace que merezca la pena.
Ahora cerraré acusando a los villanos de Pixar de ser unos maltratadores emocionales, que disfrutan haciendo llorar a los espectadores, y avisando de que una vez el espectador entra en el cine y descubre por qué la película se llama Coco, sabe que irremisiblemente va a terminar con un escape en los lacrimales.
¡Cabrones!
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