Sí, da lo que promete.
Este subgénero de la comedia al que bauticé como "cine cuñao" se ha convertido desde hace tiempo en la zona de confort de Santiago Segura y su círculo, un espacio en el que se encuentra a gusto y cómodo, donde no importa lo gastada que esté la fórmula, la sigue empleando. Películas familiares, llenas de actores amigos (casi siempre los mismos, incluyendo los niños), humor que tiene momentos ingeniosos y otros de vergüenza ajena, personajes caricaturizados al extremo (Harlem y Segura, en particular, que ya se han instalado cómodamente en su rol) y normalmente momentos entrañables, con algún girito de guion más o menos bien traido, todo ello para desembocar en un final buenrollista, que intenta dejarnos con un sabor de boca.
Y reconozco que para mí también se ha convertido en una suerte de zona de confort, un guilty pleasure que no me duelen prendas por reconocer que me agrada, y tienen lo bueno de que sabes lo que te van a ofrecer y no te mienten.
Aquí Segura y Harlem son una pareja de amigos divorciados que tras perder su trabajo tienen que irse de animadores infantiles a un resort de lujo, y se tienen que llevar con ellos a sus hijos, pero sin que se sepa que están ahí, lo que generará todo tipo de enredos y malos entendidos. A partir de esa premisa, lo que cabe esperar de ella, para bien y para mal. No ofrece nada nuevo, así que solo la puedo recomendar a los que, como yo, son amantes de este "cine cuñao".
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