La clausura, liberación previa al infierno del desmontaje.
Hecho el inciso cumpleañero toca seguir con las jornadas y nos vamos ahora al sábado. Este lo recuerdo como un día más tranquilo, aprovechando la sobremesa para reaprovisionarnos de latas y chuches que vender en mesa de recepción, y el momento de desconcierto al llegar al frontón. ¿Y esa música? ¿Por qué está sonando un aurresku? Investigando la procedencia del ruido vemos a un grupo de chavales, armados con espadas metálicas, danzando al son de la música.
Lo primero es pensar que es alguna de las actividades de las jornadas, pero teniendo en cuenta que de anunciarlas me había encargado yo, parecía poco probable. Efectivamente, no eran de las jornadas, sino del grupo local de ezpata-dantza, que por un cruce de desinformaciones no se habían enterado de las jornadas y al ver su local de ensayo ocupado se pusieron los pobres a ensayar donde pudieron.
El resto de la tarde transcurrió con calma y por la noche tuve que jugar, forzado por las circunstancias, una partida de rol en vivo, el western Sweetwater, en el que mi intuición me permite resolver la trama principal antes de empezar (a lo Numancia).
Acabado el rol en vivo por fin puedo ir a la actividad nocturna que de verdad me apetecía: la fiesta. Baile, cubatas y charla hasta las 5 de la mañana, rodeado de gente de las jornadas. ¿Qué más se puede pedir?
El domingo me levanto tarde, y he de interrumpir el desayuno para atender a la periodista de Deia que viene a hacer un reportaje sobre las jornadas. Poco después, clausura, sorteo de premios y el temido desmontaje, que nos hace llegar a Bilbao a las 6 de la tarde y comer a eso de las 19:00. Matador.
Luego nos estamos un rato en la lonja, dejando caer nuestros cadáveres sobre los sofás y leyendo las encuestas de satisfacción, que nos ponen buena nota (lo que hace lógica ilusión) y sin ser muy tarde, por fin a casa. La tarea estaba realizada.
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