El día que Coppola se tomó la medicación de Terry Gilliam.
Genialida para algunos, bodrio para otros, la verdad es que a mí esta inclasificable superproducción de Francis Ford Coppola me ha fascinado. Ambientada en una Bueva York alternativa, que aquí es Nueva Roma, nos habla del enfrentamiento entre su alcalde Cicerón y Catilina, un diseñador con poderes para parar el tiempo, que quiere crear una nueva y utópica ciudad con un nuevo material que ha descubierto. A la rivalidad de ambos se unirán las artimañas de Clodio, el ambicioso nieto de Craso (el hombre más rico de la ciudad) y los romances entrecruzados que involucran a varios de estos personajes y a Claudia, hija de Cicerón y Wow Platinum (un nombre muy romano), en una trama que mezcla lo shakespiriano con la ciencia ficción.
El cocktail es de tal calado que es imposible explicarlo y que suene serio, y entiendo que es una propuesta que no le tiene por qué gustar a todo el mundo, pero a mí logró cautivarme con su estética, sus personajes, sus diálogos repletos de referencias y en general la originalidad de la idea. Ni siquiera estoy seguro de haberla entendido, pero no podía evitar mirar embelesado a la pantalla y disfrutar del camino, con su fotografía y su historia lleno de metáforas visuales y esos pequeños detalles que, pese a muchas veces no entender (porque en ocasiones llega a ser confusa de narices) me maravilló.
Entenderé a quien lo he haya gustado, pero yo tengo la suerte de no ser uno de ellos. Coppola puso mucho mimo a esta película y se nota. Es pura fantasía.
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