sábado, 25 de noviembre de 2023

Glasgow: día 2 (Visita a Stirling)

Me podrán quitar la vida, pero no la pechada que me pegué hasta subir ahí.

El mirécoles fue el día grande, y no solo por el partido, sino porque fue un día especialmente andarín. Me levanté sin demasiadas prisas, para poder aprovechar el desayuno del hotel, y aunque mi idea original era estar el miércoles por Glasgow e ir el jueves a Stirling, decido cambiar de planes, así que me voy a la estación y cojo el tren.

Sobre las 10 de la mañana aparezco en Stirling, antigua capital de Escocia, y me encuentro un pueblo precioso, con casas muy de postal, y una visita muy recomendable para cualquiera que visite Escocia. 

Subo hacia el castillo, por una cuesta bastante pronunciada, admirando las callecitas y casas locales, y cuando estoy en el castillo, decido ahorrarme las 20 libras de la entrada y opto por perderme por los andurriales agrestes, hasta terminar en lo alto de una loma, donde está la piedra en la que antaño se celebraban las ejecuciones públicas. Afortunadamente, un lugareño me informa de que ya no está en uso. Oye, un alivio.

Charlando, le pregunto por una especie de torre que se ve a lo lejos, y me dice que es el monumento a William Wallace, que está a una media hora andando.

La torre es lo del círculo rojo de la derecha.

Sigo andando, y cruzo el río sobre el que estaba el famoso puente de Stirling (el de la batalla de Braveheart), y camino durante un rato largo. Llego hasta el sitio del memorial, donde veo con agrado que hay una lanzadera gratuita que te sube hasta arriba. Más por un tema de tiempos que de energía (quería comer a una hora decente) hago uso de ella y llego hasta la torre. Subo los 225 escalones de una angosta escalera de caracol (no vayáis con mochila) y arriba disfruto de unas vistas espectaculares, aunque con un viento que parecía que me iba a hacer volar.

Vista la torre, bajo por el paseo, muy agradable, y cuando estoy ya abajo, cojo el autobús, que empezaba a tener hambre, pero me arrepiento de mi decisión cuando no solo me cobra 4 libras por un trayecto de 4 kilómetros, sino que a medio camino el autobús decide no funcionar y dejarnos tirados en mitad de la carretera.

Llego a Stirling, donde voy a comer a un indio, y ahí pruebo unas pakoras de hagis que no es que estuvieran buenas, es que hacía que uno se planteara quedarse a vivir en ese pueblo.

Volvería a Stirling a por más.

De sobremesa, me doy un paseo por la antigua cárcel de Stirling, callejeo un poco más, sobre todo por su precioso cementerio, y vuelvo al tren, que quería estar en Glasgow a una hora razobable (no olvidemos que a las 19:30 tenía partido, y no era precisamente cerca). El tren llega con retraso y encima se queda parado un rato a mitad de camino, pero llego a Glasgow con tiempo para ir al hotel sin prisas, cambiarme y tirar para la estación de tren.

De la odisea que fue llegar al pabellón ya hablé aquí, y afortunadamente volver fue menos azaroso, y ya una vez en Glasgow me fui a tomar una con los bilbaínos, a un pub con música en directo y cócteles ricos. Sin duda, un día completito.

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