Imagen típica.
La parte de paseo madrileño fue un poco forzada por los acontecimientos, aunque no por ello menos agradable. Salimos hacia la estación de Atocha con intención de coger el tren y pasar el día en Toledo, pero nos dimos de morros contra la realidad de los billetes agotados, lo que nos hizo tener que esperar al siguiente. Y como no era plan estar hora y media en la estación, nos dimos un paseo por las proximidades, concretamente por el parque del Retiro, donde no se estaba mal.
Tras el paseo, esta vez sí, cogemos el tren. Una maravilla la alta velocidad, que nos deja en media hora en la estación de tren de Toledo, donde cogemos el taxi (por estas cosas absurdas de la vida, nos costaba lo mismo coger el taxi que el autobús de línea) que nos deja en la bulliciosa plaza Zocodover.
Nos adentramos en las laberínticas y escarpadas calles que llevan a la catedral, y lo hacemos esquivando gente en cantidades industriales. Aproximadamente calculo que el 78% de la población mundial se congregó ayer en Toledo.
Vemos la catedral (sin entrar) y subimos a la torre de la iglesia de San Ildefonso, que tiene su mirador, con vistas chulas. Luego callejeamos por la judería y cuando se acerca la hora de comer viene la odisea, el intentar encontrar un sitio donde hubiera mesa. Y empieza ese peregrinar de restaurantes, donde se alternan los camareros amabilísimos con los camareros gilipollas, y tenemos la mala suerte de acabar en el restaurante Alex, con una comida decente (salvo el pan, que era infame, la comida sí estaba rica). Lentos, caros y con el detalle cutre de que para pagar hubiera que salir del restaurante (a la calle) y pagar en el bar, siendo escoltado por el camino, cual delincuente.
El resto de la tarde lo dedicamos a la mezquita, la Puerta de la Bisagra y un poco del Alcázar, pero por fuera, que ya estaba cerrado. Así que para hacer un poco de tiempo, nos metemos por entre calles y literalmente nos perdemos por ese laberinto que es el casco viejo de Toledo, pero al menos vemos sitios sin gente.
Para terminar, hacemos una parada para comprar mazapanes típicos de Toledo en San Tomé, idea que es compartida por todo el mundo a la vez, y tras una larga espera conseguimos hacernos con el ansiado y dulce botín. Y como ya casi es la hora, taxi y tren de vuelta a Madrid.
Ya en Madrid, quedamos para cenar con Álvaro y Susana (y los peluchosos Ralph el perro y Duna la coneja), que nos invitan a cenar en su casa, donde disfrutamos de una divertida velada, y demuestran su fabulosa amabilidad al acercarnos en coche hasta donde nos alejábamos (¡Gracias!)
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