Al menos no son cartas Magic.
Un grupo de jóvenes se va de fin de semana a una apartada casa rural, y en una curiosa noche de borrachera (curiosa, porque están todos completamente sobrios, a pesar de haberse bebido hasta el agua de los floreros) se meten en el típico sótano chungo lleno de cosas esotéricas que toda casa rural yanki que se precie tiene, y como el Necronomicón ya está pillado, se encuentran una baraja de cartas de tarot, de esas que se supone que te hacen crípticos spoilers de la vida real. Y como la protagonista está licenciada en magufadas, zodiacos y adivinación, se pone a leerles las cartas, con tan mala suerte que desata una maldición sobre la cuadrilla, y sus componentes empiezan a morir, tal y como dijeron las cartas.
Así discurre una película que cuando menos es amena y en la que la gracia esá en ver cómo van a irse hilando las muertes en relación con lo dicho por las cartas, aunque a veces queda un poco forzado y se abusa de la participación del mayor asesino de adolescentes en la historia del cine de terror: la propia estupidez de los adolescentes. Todo desemboca hacia un final con más interés en lograr un climax apoteósico que en tener algo de sentido, y un epílogo que también renuncia a la credibilidad, en favor del peliculeo. Pero rinde adecuadamente en su propósito de entretener, de modo que por mi parte le doy el visto bueno.
Miedo no da, salvo alguna escena un poco tétrica, pero si uno no se la toma demasiado en serio, es una película, aunque llena de clichés, fresca y resulta entretenida.
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