En la vida real terminaría, merecidamente, en la cárcel.
Hay comedias cuyo trailer amenaza cutrez y caspa, pero que luego resultan ser una agradable sorpresa, y esta es una de ellas. No va a ser la película del año, pero sí una que me dio bastante más de lo que esperaba de ella, haciéndome pasar un buen rato, sacándome alguna que otra risa y dándome un final buenrollista (siempre que me olvide de lo jodidamente tóxico que sería lo que pasa ahí en la vida real, claro).
Retrato de este mundo de inmediatez, redes sociales y memes, nos cuenta la historia de Mabel, una aspirante a influencer de medio pelo que, al quedarse sin batería en pleno vuelo, tiene a bien coger el móvil de su marido y hace lo que JAMÁS hay que hacer: ponerse a cotillearle el Whatsapp. Descubre que le está siendo infiel (que sí, está mal, pero al menos no es delito) y monta un pollo descomunal en pleno vuelo, en el que llega a agredir a su marido y a parte del personal de vuelo (por si hace falta aclararlo, eso TAMPOCO hay que hacerlo nunca), que termina con ella siendo expulsada del avión por la policía (antes de eso aterrizan, que no es la Argentina de Videla).
Ahí es cuando ocurre lo más creíble de la película, y es que con medio avión grabando la trifulca, los vídeos se viralizan y Mabel se convierte en meme, y su vida en un infierno. Su marido la deja (vaya, me pregunto por qué), la echan del trabajo y, para más coñas, le dicen que se ha muerto su padre, con el que no se hablaba.
Cuando parecía que nada podía ir a peor, empiezan a sucederse las situaciones rocambolescas, y Mabel tiene que lidiar con una vida completamente caótica, a la vez que con la fama tóxica, pero a pesar de sus puntos ácidos, la historia acaba teniendo su lado amable, y como de esta lo único creíble es que la pelea del avión se viralizaría, todo acaba relativamente bien, para dejar al espectador con una sonrisa.
Como película me gustó, con momentos divertidos y personajes que caen en gracia, pero como lección de vida, por favor, que a nadie le dé por emularla. Pista legal: abrir un condón, meterle pimienta y volverlo a sellar para dar un disgusto a su usuario, por muy gracioso que suene en pantalla, TAMBIÉN sería delito. No lo hagáis.
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