Operación contra la miopía.
Cuando una saga va ya por la décima entrega es comprensible que quieran hacer cosas distintas, y por eso no me molesta que esta nueva Saw X sea la menos Saw de todas.
Tampoco me molesta que tenga situaciones ridículas e irreales y personajes actuando de maneras que provocan el sonrojo y la vergüenza ajena, porque, a fin de cuentas, es lo que le pido a Saw: gente muriendo de forma horrible, víctimas de su propia estupidez y John Kramer con sus planes que, pese a ser más propios de un operario de ACME, terminan funcionando con perfección milimétrica, pues así de listo es Jiggsaw. Lo peor de esta es que tarda muchísimo en arrancar, y tiene casi una hora en la que no pasa prácticamente nada, y se hace aburrido. ¡Oigan, que yo quiero ver casquería, no una biopic!
La película, como comentaba, arranca con algo tan de la casa como un flashback, en el que John Kramer (ese que pese a llevar como 15 años muerto la sigue liando petarda con sus juguetes) afronta su enfermedad terminal, y se presta a una terapia experimental en México. Ahí pasan cosas, algo sale mal y decide orquestar su venganza contra los que le han hecho la puñeta, siendo esta vez Jiggsaw no el villano, sino el héroe y el protagonista de la película. El villano en realidad es el maquillador de Shawnee Smith, o tal vez el que le convenció de que con 54 años podía seguir haciendo de veinteañera.
Una entrega muy flojita, pero tampoco es que a estas alturas nos podamos poner exquisitos con el nivel de exigencia. Y aunque no haya salido bien del todo, se agradece que hayan tratado de innovar y salir de su zona de confort.
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