Triste y sola, sola se queda Mollina...
Esto es ya un clásico del primer fin de semana de agosto. Me cruzo España de lado a lado dos veces, duermo poco y mal, y llego a casa reventado, pero con una sonrisa, pensando la siguiente. Y como es costumbre, hoy me ceñiré en la ida y la venida, dejando para mañana las jornadas.
Mi historia empieza el miércoles, a las 7 de la mañana. Suena el despertador, pero da igual. Yo ya estaba despierto, con la ilusión de un niño la mañana de Reyes. Desayuno, me ducho y cojo el taxi para el aeropuerto. Esta vez sin incidentes vuelo hacia Málaga, y Blablacar me tienta con un conveniente viaje a Mollina, que me habría dejado allí a las 12:50, pero lo quitan antes de que pueda cogerlo, de modo que sigo la clásica y compro el billete de autobús de las 13:15. Entre tanto, aprovecho y como algo en el cercano centro comercial.
Cogido el autobús, llego a Mollina sobre las 14:45, me acredito en el hotel, echo una siesta y cuando empieza a llegar gente, nos vamos al piscineo en el Saydo. Luego, cena multitudinaria en La bodega y al bar de esta serie, que es el Pepe´s. Estábamos de regreso en el hogar.
El jueves por la mañana aprovechamos que todavía no han empezado las jornadas para hacer unas compras, nos acreditamos, tomo posesión de mi cuarto, piscineo un poco y a comer a la Bodega.
<elipsis>
Es ya lunes por la mañana. He dormido menos de dos horas, pero alcanzo a llegar a tiempo al desayuno. Esa agridulce mezcla de resaca y la pena de las despedidas, con la satisfacción de un fin de semana maravilloso, y a las 11 nos cogen en el coche que nos lleva al aeropuerto, a mí y al amigo Willy. Comemos algo por ahí, hacemos tiempo, y aunque con media hora de retraso, sale nuestro vuelo hacia Bilbao. Este se me hace un poco horrible, por lo apretujado que voy, y por el niño porculero que tengo detrás, pero a las 17:30, más o menos, ya estoy en el aeropuerto, donde finalmente cojo un taxi, llego a casa, me derrumbo en la cama y malduermo un par de horas. Descojonado, pero feliz.
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