Veo el póster y resuelvo panel.
¿Me ha gustado? Digamos que he disfrutado. ¿Es buena? A ver, es lo que parece que va a ser: una comedieta ligera, claro exponente de este subgénero que podríamos llamar "cine cuñao", con películas repletas de tópicos y personajes paródicos, con situaciones que meten ambos pies en el pantano de la vergüenza ajena y un final más que previsible. Pero también tienen un punto ameno y amable que a mí me suele gustar, por mucho que a veces tenga la sensación de estar ante una máquina industrial que produce piezas idénticas en serie. Pero tanto en el cine, como en la bollería, lo industrial puede ser disfrutable.
En esta ocasión, Leo Harlem hace de Andrés (bueno, hace de sí mismo, como siempre, pero ya me entendéis), un retrógrado inspector de Hacienda, que a causa de sus múltiples e inapropiados comentarios machistas, racistas, homófobos... es destinado a la Consejería de Igualdad y Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía (y digo yo, ¿qué culpa tienen en la Junta de Andalucía?), donde el choque cultural está servido. Porque como todo el mundo sabe, todos los que trabajan en Hacienda son unos grises trajeados y fachas, mientras que todos los que trabajan en Asuntos Sociales son unos perroflautas que en sus ratos libres hacen malabares en semáforos.
De cliché en cliché, Andrés irá viviendo todo tipo de situaciones cómicas, tanto en el trabajo como con su familia, hasta que por el camino se irá dando cuenta de que el sitio al que le obligaron a ir, y en el que al principio no encajaba, es su verdadero hogar, y la gente a la que odiaba, sus más mejorcísimos amigos. Todo ello con un final amable y almibarado, que uno se ve venir desde que fija sus ojos en el poster.
¿Pero sabéis qué? Que a mí este tipo de comedias chorras me gustan, y como dicen en la película, al que no le guste, que no mire.
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